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viernes, 1 de julio de 2011

Evitar que la indignación produzca reaccionarios

Hace unos días un activo indignado me invitó a participar en un foro en el que supuestamente se debate la puesta en marcha de un proceso constituyente auspiciado por Democracia Real Ya (DRY), una entidad surgida al parecer en el entorno del  15 M, que se encargaría de dotarle de fundamentos políticos y económicos estrcuturados y reconocibles.
Durante un par de días me asomé al mencionado foro y comprobé cómo una y otra vez se sucedían comentarios y aportaciones absolutamente inconexas y carentes de una mínima lógica argumental susceptible de ser analizada, pues cuando no se hablaba de qué nombre dar al foro y de quiénes eran o podían ser sus coordinadores, el pretendido debate transitaba por cuál debería ser el objeto de debate, cuestión sobre la que no es que no hubiera acuerdo previo, sino que ni tan siquiera era fácil vislumbrar las posibles opciones supuestamente barajadas.
Eso me puso en aviso de que la traslación a las redes sociales del movimiento 15 M se ha dejado muchos enteros enel camino, al menos en lo que al entorno DRY se refiere, no obstante lo cual continué durante otro día más siguiéndolo, invitando timidamente y con menor éxito a que alguno de los distintos y cambiantes coordinadores ejerciera su función.
Harto de leer tanto sinsentido se me ocurrió exponer la opinión que aquello me había generado y en consecuencia vaticinar que ese sistema de organización (de desorganización más bien diría)  no iba a conducir a nada. Añadí  como reflexión que la democracia que tenemos es más o menos razonable aunque por supuesto muy mejorable, y que la clave está en manejar bien los instrumentos, y en particular los partidos políticos, que hasta el momento son el mejor cauce de participación política que se ha inventado. Se me ocurrió, en definitiva, invitar a los indignados a tomar las riendas de los partidos, transformarlos y convertirlos en auténticos cauces de participaciíon y de liberación de tanta energía y talento como estaban demostrando. 
A partir de aquí sí se suscitó un debate, pero tendente a descalificar el sisterma de partidos actualmente vigente, lo que me habría parecido una postura lógica y razonable si no se hubiera expresado con un radicalismo intransigente y con tan alejada consciencia de la realidad que me llamó poderosamente la atención. 
Según mis antagonistas mi reflexión era absurda y disparatada pues desconocía que nos encontrabamos ante un proceso revolucionario que lo que pretende es la voladura del sistema y en ningún caso su reforma (cito más o menos textual), al tiempo que los partidos obedecen a un modelo estalinista de organización y obediencia ciga al líder, son inconstitucionales desde el momento en que imponen el mandato imperativo, y han venido a conformar una dictadura en la que los ciudadanos no son libres sino súbditos.
Aunque estas expresiones son coherentes con la vehememcia juvenil de quienes las exponen, me ha parecido percibir un grado de fundamentalismo y desconocimiento de la perspectiva histórica que no esperaba.

Creo que la indignación no debe llevarnos a cuestionar los fundamentos democráticos de un sistema que con todos sus defectos es históricamente el que mayores cotas de libertad, democracia y bienestar ha conseguido con muchísima diferencia.
No es esa la percepción que algunos indignados tienen, y cuando hablan de los partidos acaban diciendo las mismas cosas que decía Franco. 
Por eso creo que hay que andar atentos para evitar que la indignación produzca reaccionarios disfrazados de modernos, que es un riesgo.
Sería una pena porque en las plazas de España se ha expresado mucho sentido común y mucho talento y sobre todo una potente exigencia cívica de regeneración democrática.

2 comentarios:

  1. Clasificar a la gente es una tentación en la que no se debe caer, pero voy a hacerlo. En mi trabajo descubrí que ante un problema repentino (una máquina que se rompe, por ejemplo), las personas reaccionaban de distintas maneras. Unos se ofrecían a hacer lo que fuese necesario ("¿llamo al servicio técnico?", o "¿sacamos la máquina antigua?"); otros se quedaba mirando, sin más, como esperando a ver qué pasaba; otros buscaban culpables ("¿quién ha sido el último en usarla?", o "te dije que no cerraras la tapa tan fuerte"); otros diagnosticaban directamente ("¡esta máquina es una mierd...!"). Y habrá otras categorías que no supe ver.

    La práctica demuestra que las primeras opciones ayudaban a resolver el problema antes que las últimas. Y cuando el técnico llegaba, descubrías que ninguna de ellas era la solución correcta. El técnico aportaba muy pocas palabras, pero muchos conocimientos técnicos, calma, y cierta mentalidad "ingenieril" para plantear hipótesis a medida que avanzaba en el desmontaje de la máquina. Esto es lo que realmente arreglaba la máquina. Lo que hacíamos los demás sólo eran palabras mezcladas con más o menos buenas intenciones.

    La "indignación", por desgracia, me recuerda a esto. El sistema funciona mal, como una máquina rota, de acuerdo. ¿Qué hacemos? Podemos juntarnos, protestar, criticar, opinar sobre posibles culpables, hacer declaración de buenas intenciones, hablar de construir una máquina nueva que nunca se rompa... pero cualquier ingeniero que contemple la escena desde fuera sabe que así no se arregla una máquina rota, ni se construye una nueva. Y si se le ocurre sugerirlo puede recibir una andanada de huevos y tomates. El ingeniero sabe también que las máquinas que "nunca" se rompen son muy difíciles de construir, y sobre todo requieren una gran cantidad de conocimientos técnicos. Mil personas escogidas al azar y reunidas en una nave industrial vacía no sabrían por dónde empezar para construir un tractor (por ejemplo), por muy buenas que fueran sus intenciones.

    (Sigue en siguiente comentario)

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  2. Para construir un tractor hace falta sincronizar muchas industrias (metalúrgica para carrocerías, motores..., química para ruedas, latiguillos, combustibles...), y el rango de especialidades necesarias en cada una de ellas es enorme, hace falta gente con muchísimos conocimientos en cada rama concreta. No es tan simple como contratar a 20 personas al azar y decirles: "Tomad este puzle de piezas. Lo ensambláis y ya tenemos un tractor". La historia nos demuestra que el progreso sólo puede conseguirse cultivando muchos conocimientos muy especializados, para finalmente integrarlos en un gran proyecto.

    Sospecho también que lo que le falta al 15M (o le sobra), es el pretender que con reuniones, palabras y buenas intenciones puede construirse una máquina nueva o reparar la existente. La economía mundial (causa original de la crisis) es una máquina de una complejidad descomunal, es una red con millones de nodos de tamaños diferentes interactuando entre sí.

    El 15M me convencería un poco más si defendiese una utopía del tipo (es un ejemplo): Coged a vuestros hijos, inculcadles una voluntad altruísta como nunca se ha visto en el mundo (tipo Gandhi y similares), mandadlos con ella a la Universidad (a estudiar Económicas y Empresariales por ejemplo) y dejad que aprendan los conocimientos técnicos necesarios para infiltrarse y solucionar el problema desde dentro. Su escudo protector hecho de altruísmo les ayudará a resisitir las tentaciones especulativas que reptan por esos fueros. Por ejemplo una, la del tipo que decidió enviar basura a los países pobres (cosa que está prohibida por ley) usando un "inteligente" truco: Clasificar esa basura como "material de segunda mano" (que sí está permitido por ley) (http://www.afrol.com/es/articulos/36401).

    - "¡Este tío es un genio!", debieron decir en su empresa. Seguro que le ascendieron y le dieron una prima. Si no fuera tan triste me reiría...

    Por todo esto, mis ingredientes para el pastel del 15M:
    - Una base amplia de altruísmo durante la infancia (lo sé, lo reconozco; ahora que no nos oye nadie: es como un fundamentalismo tipo talibán pero al revés, en lugar de enseñar a nuestros chavales a ser ciegamente agresivos, les enseñaríamos a ser ciegamente buenas personas... este punto hay que pulirlo un poco)
    - Déjese cocer unos 24 años (estudiar, estudiar y estudiar).
    - Dejar enfriar y servir en forma de nueva generación de profesionales influyentes (economistas, políticos, empresarios) más comprometidos con el sufrimiento en el mundo que la actual.

    ¿Infantil? Pues sí, pero ahí queda.

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