La elección de Rubalcaba como Secretario General del PSOE rompe lo que no voy a calificar como un mito, pero sí como una íntima impresión personal, según la cual, en política, como en los demás órdenes de la vida, están los llamados a ser líderes y marcar personalmente el destino de cualquier grupo u organización social, y aquellos que por más que se esfuercen tienen sus funciones limitadas a las del fiel escudero, útil y si se quiere imprescindible para la organización, pero en modo alguno llamado a encarnar las mieles del liderato las organizaciones.
Esa era, lo confieso, la impresión que me causaba Rubalcaba, la del eficaz colaborador capaz de sacar de cualquier adversa situación al jefe, la del ejemplar colaborador; pensaba que en el reparto de las cartas de la vida a él no le habían tocado en suerte la del número uno, las que juega el director que marca el camino a seguir.
No me extrañaba, por eso, que a pesar de su experiencia política, sin parangón entre propios extraños, y no obstantes sus innegables dotes intelectuales y dialécticas, por todos reconocidas, en las últimas elecciones sus resultados no fueran especialmente brillantes. Creí, desde el error, que Rubalcaba no estaba investido de esa suerte de aura que rodea al ganador.
En una situación difícil como pocas, podía ser el mejor, el más idóneo, entre sus iguales para llevar el timón; pero se le iba a negar la posibilidad de demostrarlo.
Me equivocaba. Lo descubrí ayer cuando le vi alzar los brazos en señal de victoria. Rubalcaba; el experimentado Rubalcaba, tildado de viejo por esa misma razón, lograba imponerse a la pura encarnación en cuerpo y alma de la renovación y del espíritu que acompaña a la esperanza en lo nuevo, en el cambio capaz de hacer catarsis con todo lo anterior. Pero comprobé mi error cuando los resultados de la votación anunciaban su triunfo inapelable, es verdad también que lo intuí ese mismo día un poco antes: cuando le escuchaba el discurso convencido de quien sabe que ha llegado el momento de su vida, el que le encumbra a una posición que, aunque no lo reconozca, porque sería pedante hacerlo, probablemente otra veces para sus adentros anheló.
Me alegro de haberme equivocado. Me reafirma en una consideración de la que a veces dudo; que no existen las razones telúricas, las auras, los llamados por naturaleza al liderazgo. Existen ámbitos en los que, a veces, el triunfo simplemente es para el mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario