En los prolegómenos de las JMJ sus organizadores y partidarios han solicitado con particular insistencia "respeto". Un respeto que yo creo sinceramente que merecen tantos jóvenes y no jóvenes que van a reunirse con el propósito irreprochable de expresar sus convicciones católicas, pero respeto que también merecen quienes sin compartir dichas creencias no deberían verse moralmente coaccionados, violentados o simplemente descalificados por el discurso intolerante e ideologizado al que con demasiada frecuencia recurre la cúpula de la Iglesia.
Otro de los aspectos controvertidos de la visita gira en torno a si un Estado aconfesional debe colaborar activamente en su desarrollo y buen término. Los laicos, anticlericales o no, por lo general se oponen rotundamente, si bien, con una visión mercantilista, algunos admiten la colaboración bajo el argumento de que este tipo de eventos también comportan beneficios económicos. En mi opinión es clara la obligación del Estado de dar cobertura a una concentración de centenares de miles de jóvenes venidos de medio mundo. Sospecho los beneficios económicos e indudablemente los hay en términos de imagen y prestigio, pero en mi opinión prima el mantenimiento de las condiciones de seguridad y orden público en que necesariamente se debe desenvolver un acontecimiento de tal envergadura, con independencia de su carácter religioso, cultural, deportivo o de otro tipo. Esa es la razón de ser del Estado, hacer posible el desenvolvimiento de la vida social, y por tanto también de las expresiones religiosas.
Otra cuestión son las críticas que una concentración de exaltación lúdico festiva, protagonizada en buena parte por jóvenes de clase acomodada, puede merecer en un contexto de crisis económica y de enormes carencias y sufrimientos en distintas regiones del planeta. Esta es una contradicción en la que incurre la propia Iglesia, y es a sus dirigentes y feligreses a los que incumbe dar y aceptar, en su caso, explicaciones. Lo que desde luego parece una evidencia es que quienes se concentran estos días en Madrid no son los jóvenes pobres que, supongo, también son parte de la Iglesia.
Un tercer ámbito de reflexión gira en torno a las manifestaciones en contra de las jornadas. La polémica se ha centrado fundamentalmente en la actitud del gobierno, criticado por el PP por haberlas autorizado y por cómo las ha gestionado, y a la policía, por parte de las organizaciones convocantes, por los excesos con que ha actuado en ocasiones. Las críticas del PP me suenan a la cantinela de siempre. Los abusos policiales me los creo por la evidencia de las imágenes que hemos visto y porque en alguna ocasión los he sufrido.
Destaco por su escaso acierto y originalidad la posición de monseñor Braulio Rodríguez, primado de Toledo, que llamó "paletos" a estos manifestantes que protestaban, pertenecientes a grupos cristianos de base muchos de ellos.
En la misa inaugural que ofició el inefable monseñor Varela al parecer no han aparecido sus acostumbrados mensajes de oposición política. Veremos si en los próximos días se mantiene ese tono de neutralidad y respeto.
Por su parte, en sus primeros mensajes el Papa también se está mostrando comedido, pues se ha referido al aborto y la eutanasia pero desde la moderación, limitándose a animar a los asistentes a no sucumbir a esas "tentaciones" en las que incurren quienes “creyéndose dioses” desearían “decidir por sí solos qué es verdad o no, lo que es bueno o es malo, lo justo o lo injusto (...), quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias”. Este argumento me ha planteado una pregunta: porqué entonces él, junto a la cúpula eclesiástica, siendo hombres y no dioses como son, se atreven a decidir qué es verdad o no, bueno o malo o justo o injusto.
En cualquier caso, en ese límite el discurso me parece irreprochable, pues atañe únicamente a los propios feligreses. Otra cosa es cuando la Iglesia Católica pretende imponer
urbi et orbi sus planteamientos
En la segunda jornada de la visita el Gobierno español ha pedido ayuda a la Iglesia católica en dos asuntos particularmente sensibles: la transformación del Valle de los Caídos en un símbolo de la reconciliación y la colaboración de la Iglesia vasca en el fin de ETA. Al parecer, respecto del primer asunto la disposición del Vaticano es bastante
más receptiva que la de la Conferencia Episcopal Española, que por lo visto no ve muy claro que el Valle de los Caídos deje de ser un símbolo del nacional-catolicismo que sostuvo al "victorioso" Franco.
En su tercer día en España el Papa,
según informa el País, ha insistido en la convicción necesaria para dedicarse al sacerdocio, y enfatizado que el celibato es imprescindible. Son mensajes dirigidos en exclusiva a su parroquia, que al parecer no tiene más opción que acatar con obediencia. Por mi parte, tratándose de un discurso dirigido a los fieles, como ciudadano no tengo ninguna objeción al respecto, aunque personalmente discrepe y crea que es en el mantenimiento del celibato y en la discriminación de las mujeres donde la Iglesia se retrata como una organización anquilosada y con problemas para adaptarse a los tiempos.
Entre otras cosas nos hemos enterado de que los jóvenes católicos, que cada vez se confiesan menos, no consideran que el sexo sea pecado si al hacerlo no hacen daño a nadie. En esto me da la impresión de que van por delante de las cabezas pensantes. También me da la impresión de que la juventud reclama una espiritualidad moderna y avanzada que dudo que los actuales dirigentes de la Iglesia sean capaces de albergar en sus esquemas. No veo en qué puede coincidir el pensamiento de obispos como Rouco Varela con lo que los jóvenes han expresado en las calles.
Esto es lo que pensé el sábado por la noche, y esto lo que leo el domingo por la mañana en un excelente
artículo de Juan G. Bedoya, del que destaco una cita de José María Castillo, teólogo:"mucha gente no ha abandonado su creencia en Dios porque se haya pervertido, sino porque se le ha ofrecido una imagen de Dios tan deformada, que Dios les resulta inaceptable e incluso insoportable".
El Papa, sin embargo, en su homilía del domingo, ha pedido a los jóvenes "que no sigan a Dios por su cuenta", que se impliquen en la Iglesia, en las parroquias, en las comunidades y movimientos; que no se puede seguir a Jesús fuera de la Iglesia. Si entendemos la Iglesia como un cuerpo social volcado en la sociedad y en atender a sus problemas me parece que el discurso es adecuado. En otro caso resultaría decepcionante porque no se trataría más que de una llamada al rito eclesiástico
Estos días también me he fijado en el discurso de los laicos, aconfesionales y anticlericales, que de todos estos tipos y otros más se han expresado. En general he visto mucha tergiversación y exageración de los mensajes que ha lanzado la Iglesia que en particular me han parecido esta vez bastante comedidos. Como muestra baste lo que afirma en su muro de FB una dirigente de segunda fila del socialismo madrileño:
"El discurso del Papa: Sus discursos no son llamadas a la introspección interna, a la perfección individual, a cultivar una fe íntima y ascética mediante la lucha interior, sino a lo contrario: a la cruzada, a la reconquista. Son toques a rebato, llamadas al compromiso militante para salir del ámbito privado y ocupar el espacio público, en gobiernos, parlamentos, instituciones, universidades, medios de información ...".
Sinceramente yo no he oído nada de eso, más bien me da la impresión de que a veces esa mentalidad laica sedicentemente progresista, se empeña en ver a la Iglesia disfrazada del estereotipo que más le gusta o le conviene.
En su despedida el Papa ha pedido a España que progrese sin olvidar su alma católica. Me parece uno de los mensajes más desafortunados, si no el que más, de los que ha difundido durante su visita. Religiosamente España hoy es un país plural y el catolicismo ni puede ni necesita patrimonializarla. Ya se puede dar por satisfecho con el poder e influencia que retiene, y no pretender que la realidad se doblegue a sus designios.