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viernes, 2 de marzo de 2012

A vueltas con el velo, ahora en el deporte


Acabo de leer que la ONU apoya que las mujeres musulmanas jueguen al fútbol con velo. La noticia reincide en un debate abierto en el que es fácil que se confundan los conceptos. Desde occidente, además, se aborda desde una visión un tanto cínica y cuando menos chovinista.
Es muy generalizada la opinión de que el uso del velo expresa la sumisión de la mujer musulmana, sin advertir que si lo consideramos tan superficialmente, el de la minifalda, por ejemplo, se podría también interpretar como un tributo de la mujer a los cánones machistas preponderantes, un planteamiento que todos sabemos que no es correcto.
La postura ante el velo musulman no creo que deba fundamentarse en la interpretación de su significado último, cuestión siempre discutible y complicada, máxime si anda la religión por medio, sino en el de su incidencia en la libertad individual de las mujeres. 
Desde este punto de vista no hay mucha diferencia entre el hecho de que una mujer prefiera cubrir su rostro con un velo, o bien se complazca en lucir los atractivos de su cuerpo. Es cuestión de prefrencias.
Vivo en una ciudad en la que muchas mujeres usan velo, y me consta que, dentro de los inevitables condicionamientos culturales, la gran mayoría lo hace libremente. No es este uso del velo algo que deba ser mirado con recelo, como no lo es la decisión de una mujer occidental de lucir un escote pronunciado.
Al margen de nos gusten más o menos, ambos comportamientos son respetables y como tal deben ser respetados. 
La cuestión es distinta cuando la indumentaria de la mujer viene impuesta por el hecho de serlo, ya se trate del velo de la mujer musulmana, como de la longitud de la falda de unas azafatas. Lo relevante es si la mujer está obrando líbremente, porque la libertad, a diferencia de las preferencias y los atuendos, es un valor universal que sí debe ser preservado.
Es en esto en lo que las autoridades de la ONU debieran fijarse. En si el uso del velo en el deporte viene impuesto.

domingo, 19 de febrero de 2012

En discurso que no aborda la izquierda

Por fin ha sucedido lo que algunos tanto venían reclamando. La reforma laboral que se acaba de aprobar viene a dar satisfacción a lo que la derecha económica española llevaba lustros reclamando: la desmantelación de un régimen laboral basado en respeto a los derechos adquiridos, intocables en perjuicio del trabajador. Ahora ese planteamiento ya es historia, el gobierno ha establecido el abaratamiento del despido, y mecanismos directos e indirectos que permiten reducir cualesquiera condiciones de trabajo: salarios, jornadas, permisos; todo queda al albur de los intereses del empresario.

Este es el discurso fácil, el de que la derecha cumple por fin sus objetivos, sin tapujos ni complejos, acatando con gusto lo que sus mentores venían insistentemente reclamando.

Sin embargo, no pienso que sea éste el discurso que conviene ni corresponde a la izquierda. No es la derecha quien dio los primeros pasos en esta senda: ya lo hizo el anterior gobierno, y otros antes que él y también desde la izquierda. Acaso no es cierto que de la noche a la mañana millones de funcionarios vieron reducidos sus salarios. Cómo desconocer que también con gobiernos de izquierda los trabajadores han visto reducidos sus derechos.

No ha sido por tanto la derecha la única dispuesta a transitar por estos escenarios, aunque sea verdad que ésta desborde su entusiasmo.

Todos, unos y otros, contaban con motivos para hacerlo: la crisis, el mundo globalizado, el incremento de la productividad que, a la postre, se traduce en salarios más baratos; la antigua apelación al mal menor, un chantaje razonable.

Probablemente no sean razones vacías y es por eso que aun siendo tan diferentes la derecha y la izquierda no afronten tan separadas este viaje. He oído al PSOE criticar la reforma que el PP acaba de aprobar, pero no me ha parecido oír que si llegara al poder reintegraría las derechos que ahora están siendo mermados.

Creo que aquí radica el error en que está incurriendo, en que sucumbe al discurso de los paradigmas supuestamente incontestables, que casualmente establece la derecha. No creo que sea ésta la respuesta que los ciudadanos reclaman a la izquierda.

No se trata de negar la crisis, ni la necesidad de los ajustes que los ciudadanos asumen que son necesarios. Es tiempo de sacrificios, todo el mundo lo sabe y, si me apuran, todo el mundo esta dispuesto a afrontarlos. Lo que no se puede esgrimir desde la izquierda es el discurso del vacío y de la desesperanza al que estamos asistiendo; el discurso claudicante que proclama que irremisiblemente ya nada será como antes; que el estado del bienestar y la solidaridad social no era más que una quimera que imaginó un grupo de ingenuos irresponsables; que no es posible garantizar la igualdad de oportunidades porque las dos velocidades (en sanidad, educación, hasta en justicia dicen ahora) son inevitables; que la atención a los más débiles no es un deber ni un derecho, sino el ámbito de la ayuda asistencial y la incierta beneficencia.

Y eso es lo que precisamente se echa en falta: un discurso de esperanza. Un discurso que proclame que existe una salida que contemple la recuperación de cuantos derechos ahora están siendo negados o disminuidos. Un discurso que argumente que las conquistas sociales volverán a ser restituidas y aun ampliadas. Porque existen razones que avalan que ello es posible; porque el socialismo democrático no sólo es más justo en términos sociales, sino también económicamente más eficiente que la economía especulativa que ha tomado las riendas. Eso es lo que se ha demostrado allí donde las mayores cotas de bienestar social y desarrollo han venido de la mano del socialismo, aunque ahora que la derecha campea en Europa se nos venda que gritando "sálvese quien pueda", tal vez sean muchos los que logren salvarse; y ojalá que nosotros entre ellos.

domingo, 5 de febrero de 2012

Rubalcaba y el mito del ganador

La elección de Rubalcaba como Secretario General del PSOE rompe lo que no voy a calificar como un mito, pero sí como una íntima impresión personal, según la cual, en política, como en los demás órdenes de la vida, están los llamados a ser líderes y marcar personalmente el destino de cualquier grupo u organización social, y aquellos que por más que se esfuercen tienen sus funciones limitadas a las del fiel escudero, útil y si se quiere imprescindible para la organización, pero en modo alguno llamado a encarnar las mieles del liderato las organizaciones.

Esa era, lo confieso, la impresión que me causaba Rubalcaba, la del eficaz colaborador capaz de sacar de cualquier adversa situación al jefe, la del ejemplar colaborador; pensaba que en el reparto de las cartas de la vida a él no le habían tocado en suerte la del número uno, las que juega el director que marca el camino a seguir.

No me extrañaba, por eso, que a pesar de su experiencia política, sin parangón entre propios extraños, y no obstantes sus innegables dotes intelectuales y dialécticas, por todos reconocidas, en las últimas elecciones sus resultados no fueran especialmente brillantes. Creí, desde el error, que Rubalcaba no estaba investido de esa suerte de aura que rodea al ganador.

En una situación difícil como pocas, podía ser el mejor, el más idóneo, entre sus iguales para llevar el timón; pero se le iba a negar la posibilidad de demostrarlo.

Me equivocaba. Lo descubrí ayer cuando le vi alzar los brazos en señal de victoria. Rubalcaba; el experimentado Rubalcaba, tildado de viejo por esa misma razón, lograba imponerse a la pura encarnación en cuerpo y alma de la renovación y del espíritu que acompaña a la esperanza en lo nuevo, en el cambio capaz de hacer catarsis con todo lo anterior. Pero comprobé mi error cuando los resultados de la votación anunciaban su triunfo inapelable, es verdad también que lo intuí ese mismo día un poco antes: cuando le escuchaba el discurso convencido de quien sabe que ha llegado el momento de su vida, el que le encumbra a una posición que, aunque no lo reconozca, porque sería pedante hacerlo, probablemente otra veces para sus adentros anheló.

Me alegro de haberme equivocado. Me reafirma en una consideración de la que a veces dudo; que no existen las razones telúricas, las auras, los llamados por naturaleza al liderazgo. Existen ámbitos en los que, a veces, el triunfo simplemente es para el mejor.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Democracia a la baja

Acabo de enterarme que con los votos del Partido Popular la Mesa del Congreso ha denegado a Amaiur su solicitud de formar grupo parlamentario, argumentando que en la operación aritmética que reglamentariamente determina la porporción necesaria a los efectos faltaban 14 décimas.
Aparte del error político que probablemente y dadas las circunstancias comporte la falta de generosidad del gesto, la actitud denota una deriva si cabe más preocupante, como es el sesgo restrictivo con que el Partido Popular interpreta la democracia.

sábado, 10 de diciembre de 2011

La ciudad y los perros. Reseña

Acabo de terminar “La ciudad y los perros”. Ya he dicho alguna vez que Vargas Llosa es uno de mis escritores favoritos, a pesar de recomendar el voto a Rosa Díez, lo que achaco al viejo y certero aforismo según el cual nadie es perfecto. “La ciudad y los perros” es su primera gran novela y la que le abre la puerta a la celebridad tras ganar el Biblioteca Breve a la edad de 27 años. Escrita entre Madrid y París la novela recrea la vida en un colegio militar peruano en el que la férrea disciplina se superpone a submundo de picaresca, depravación y abusos estudiantiles que desemboca en un crimen por venganza. No es una historia lineal; se asemeja al ensamblaje de un puzle en el que conforme van encajando las piezas uno va descubriendo las imágenes y el sentido del conjunto. De jóvenes de distinta procedencia y condición, de la crueldad juvenil, de historias de amor y desamor adolescente, de civiles y militares, de absurdos códigos de honor, de las apariencias; de todo eso y mucho más va la novela.

lunes, 22 de agosto de 2011

Reflexiones sobre la visita de Papa

En los prolegómenos de las JMJ sus organizadores y partidarios han solicitado con particular insistencia "respeto". Un respeto que yo creo sinceramente que merecen tantos jóvenes y no jóvenes que van a reunirse  con el propósito irreprochable de expresar sus convicciones católicas, pero respeto que también merecen quienes sin compartir dichas creencias no deberían verse moralmente coaccionados, violentados o simplemente descalificados por el discurso intolerante e ideologizado al que con demasiada frecuencia recurre la cúpula de la Iglesia.

Otro de los aspectos controvertidos de la visita gira en torno a si un Estado aconfesional debe colaborar activamente en su desarrollo y buen término. Los laicos, anticlericales o no, por lo general se oponen rotundamente, si bien, con una visión mercantilista, algunos admiten la colaboración bajo el argumento de que este tipo de eventos también comportan beneficios económicos. En mi opinión es clara la obligación del Estado de dar cobertura a una concentración de centenares de miles de jóvenes venidos de medio mundo. Sospecho los beneficios económicos e indudablemente los hay en términos de imagen y prestigio, pero en mi opinión prima el mantenimiento de las condiciones de seguridad y orden público en que necesariamente se debe desenvolver un acontecimiento de tal envergadura, con independencia de su carácter religioso, cultural, deportivo o de otro tipo. Esa es la razón de ser del Estado, hacer posible el desenvolvimiento de la vida social, y por tanto también de las expresiones religiosas.

Otra cuestión son las críticas que una concentración de exaltación lúdico festiva, protagonizada en buena parte por jóvenes de clase acomodada, puede merecer en un contexto de crisis económica y de enormes carencias y sufrimientos en distintas regiones del planeta. Esta es una contradicción en la que incurre la propia Iglesia, y es a sus dirigentes y feligreses a los que incumbe dar y aceptar, en su caso, explicaciones. Lo que desde luego parece una evidencia es que quienes se concentran estos días en Madrid no son los jóvenes pobres que, supongo, también son parte de la Iglesia.

Un tercer ámbito de reflexión gira en torno a las manifestaciones en contra de las jornadas. La polémica se ha centrado fundamentalmente en la actitud del gobierno, criticado por el PP por haberlas autorizado y por cómo las ha gestionado, y a la policía, por parte de las organizaciones convocantes, por los excesos con que ha actuado en ocasiones. Las críticas del PP me suenan a la cantinela de siempre. Los abusos policiales me los creo por la evidencia de las imágenes que hemos visto y porque en alguna ocasión los he sufrido.

Destaco por su escaso acierto y originalidad la posición de monseñor Braulio Rodríguez, primado de Toledo, que llamó "paletos" a estos manifestantes que protestaban, pertenecientes a grupos cristianos de base muchos de ellos.

En la misa inaugural que ofició el inefable monseñor Varela al parecer no han aparecido sus acostumbrados mensajes de oposición política. Veremos si en los próximos días se mantiene ese tono de neutralidad y respeto.

Por su parte, en sus primeros mensajes el Papa también se está mostrando comedido, pues se ha referido al aborto y la eutanasia pero desde la moderación, limitándose a animar a los asistentes a no sucumbir a esas "tentaciones" en las que incurren quienes “creyéndose dioses” desearían “decidir por sí solos qué es verdad o no, lo que es bueno o es malo, lo justo o lo injusto (...), quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias”. Este argumento me ha planteado una pregunta: porqué entonces él, junto a la cúpula eclesiástica, siendo hombres y no dioses como son, se atreven a decidir qué es verdad o no, bueno o malo o justo o injusto.

En cualquier caso, en ese límite el discurso me parece irreprochable, pues atañe únicamente a los propios feligreses. Otra cosa es cuando la Iglesia Católica pretende imponer urbi et orbi sus planteamientos

En la segunda jornada de la visita el Gobierno español ha pedido ayuda a la Iglesia católica en dos asuntos particularmente sensibles: la transformación del Valle de los Caídos en un símbolo de la reconciliación y la colaboración de la Iglesia vasca en el fin de ETA. Al parecer, respecto del primer asunto la disposición del Vaticano es bastante más receptiva que la de la Conferencia Episcopal Española, que por lo visto no ve muy claro que el Valle de los Caídos deje de ser un símbolo del nacional-catolicismo que sostuvo al "victorioso" Franco.

En su tercer día en España el Papa, según informa el País, ha insistido en la convicción necesaria para dedicarse al sacerdocio, y enfatizado que el celibato es imprescindible. Son mensajes dirigidos en exclusiva a su parroquia, que al parecer no tiene más opción que acatar con obediencia. Por mi parte, tratándose de un discurso dirigido a los fieles, como ciudadano no tengo ninguna objeción al respecto, aunque personalmente discrepe y crea que es en el mantenimiento del celibato y en la discriminación de las mujeres donde la Iglesia se retrata como una organización anquilosada y con problemas para adaptarse a los tiempos.


Entre otras cosas nos hemos enterado de que los jóvenes católicos, que cada vez se confiesan menos, no consideran que el sexo sea pecado si al hacerlo no hacen daño a nadie. En esto me da la impresión de que van por delante de las cabezas pensantes. También me da la impresión de que la juventud reclama una espiritualidad moderna y avanzada que dudo que los actuales dirigentes de la Iglesia sean capaces de albergar en sus esquemas. No veo en qué puede coincidir el pensamiento de obispos como Rouco Varela con lo que los jóvenes han expresado en las calles.

Esto es lo que pensé el sábado por la noche, y esto lo que leo el domingo por la mañana en un excelente artículo de Juan G. Bedoya, del que destaco una cita de José María Castillo, teólogo:"mucha gente no ha abandonado su creencia en Dios porque se haya pervertido, sino porque se le ha ofrecido una imagen de Dios tan deformada, que Dios les resulta inaceptable e incluso insoportable".

El Papa, sin embargo, en su homilía del domingo, ha pedido a los jóvenes "que no sigan a Dios por su cuenta", que se impliquen en la Iglesia, en las parroquias, en las comunidades y movimientos; que no se puede seguir a Jesús fuera de la Iglesia. Si entendemos la Iglesia como un cuerpo social volcado en la sociedad y en atender a sus problemas me parece que el discurso es adecuado. En otro caso resultaría decepcionante porque no se trataría más que de una llamada al rito eclesiástico

Estos días también me he fijado en el discurso de los laicos, aconfesionales y anticlericales, que de todos estos tipos y otros más se han expresado. En general he visto mucha tergiversación y exageración de los mensajes que ha lanzado la Iglesia que en particular me han parecido esta vez bastante comedidos. Como muestra baste lo que afirma en su muro de FB una dirigente de segunda fila del socialismo madrileño:


"El discurso del Papa: Sus discursos no son llamadas a la introspección interna, a la perfección individual, a cultivar una fe íntima y ascética mediante la lucha interior, sino a lo contrario: a la cruzada, a la reconquista. Son toques a rebato, llamadas al compromiso militante para salir del ámbito privado y ocupar el espacio público, en gobiernos, parlamentos, instituciones, universidades, medios de información ...".


Sinceramente yo no he oído nada de eso, más bien me da la impresión de que a veces esa mentalidad laica sedicentemente progresista, se empeña en ver a la Iglesia disfrazada del estereotipo que más le gusta o le conviene.

En su despedida el Papa ha pedido a España que progrese sin olvidar su alma católica. Me parece uno de los mensajes más desafortunados, si no el que más, de los que ha difundido durante su visita. Religiosamente España hoy es un país plural y el catolicismo ni puede ni necesita patrimonializarla. Ya se puede dar por satisfecho con el poder e influencia que retiene, y no pretender que la realidad se doblegue a sus designios.

lunes, 15 de agosto de 2011

Actitudes previsibles

Hoy leo en El País que la fiscalía anticorrupción ha denunciado la presunta financiación ilegal de actos electorales celebrados en Valencia durante la campaña de las elecciones generales de 2008, en los que participaba el mismísimo Rajoy.

Se trata de uno de los muchos flecos que presenta la trama Gurtel, en el que, según el relato del fiscal, la dinámica ilegal consistía en que determinadas empresas se hacían cargo del coste de dichos actos, de cuya organización se ocupaba la famosa Orange Market del inefable "Bigotes", a la que se le efectuaban los gastos previa la emisión de facturas falsas con cargo a dichas empresas, las cuáles, obviamente, si asumían esos costes es porque obtendrían los beneficios por otro lado, probablemente los presupuestos de las instituciones valencianas y los jugosos contratos de los que resultaban adjudicatarios.

El funcionamiento de la trama es tan sencillo de entender como la lógica consecuencia de considerar que la reacción correcta por parte de cualquier partido político honrado que se viera involucrado en tales hechos, consistiría en asumir responsabilidades políticas y, cuando menos, pedir perdón a la sociedad.

Sin embargo, estoy seguro de que no arriesgo en mi previsión de que ante esta denuncia el PP no asumirá ninguna responsabilidad política, negará las acusaciones y, además, acusará a policías y fiscales de actuar concertadamente y a las órdenes del "gobierno socialista", como gustan decir, para perjudicarle políticamente.

Se trata de la escusa burda y previsible que cabría esperar de cualquier delincuente, aunque en realidad, y esto es lo más grave, coincide con la estrategia de elusión de responsabilidades que adoptará, una vez más y sin el menor atisbo de rubor, quien se postula para hacerse cargo del gobierno del Estado.